Teresa Rozas, voluntaria en Aldeas Infantiles SOS

«Cuando hago voluntariado con menores me transformo en una niña»

 En Entrevistas
Teresa Rozas, en el centro de día en el que realiza voluntariado con menores
Por Efe González

Distintas voces aseguran que la infancia ha sido la gran perjudicada de esta pandemia. La realidad lo confirma.  De acuerdo con el Informe FOESSA, recientemente presentado por Cáritas, las personas más afectadas por la exclusión social en España son menores de 18 años. Esta situación está presente en el 33% de los casos, si bien el 21% alcanza la exclusión severa. La llegada de la crisis sociosanitaria en 2020 está detrás de estos números. Lo cierto es que aunque en los últimos dos años se ha reducido la desconexión digital, aún hay demasiadas asignaturas pendientes.

Teresa Rozas (Madrid, 1974) tiene muy presente esta realidad. Ingeniera de profesión, un día decidió dedicar parte de su tiempo a hacer voluntariado en Aldeas Infantiles SOS. Trabajar con menores era para ella un reto porque -según reconoce- no conocía nada sobre la enseñanza y la infancia, pero llevó consigo todas sus ganas. Tras seis años tratando con menores -semana sí, semana también- habla de la labor que realiza y por su tono se intuye la ilusión del primer día. Una ilusión que conecta con una niña interior de la que no quiere separarse.

¿En qué consiste la labor que realiza con menores?

Hago voluntariado en un centro de día. Acudo allí una tarde a la semana para dar apoyo escolar a menores de entre seis y 14 años en riesgo de exclusión social, siempre bajo la supervisión de profesionales de la organización. También hay un recreo, les proponemos juegos, les damos la merienda y hacemos talleres donde se trabajan los valores de Aldeas Infantiles SOS.

Con todas estas actividades, también se reforzarán otros aspectos personales de cada menor

Siempre les decimos que aquel es un espacio de cuidados donde les enseñamos a conocerse mejor para que luego tengan una vida más feliz y, sobre todo, para que puedan cuidar a las personas de su entorno.

¿Qué factores les hacen ser menores en riesgo de exclusión social?

Básicamente proceden de familias desestructuradas en las que el nivel de renta es el factor común. Es muy frecuente que se traten de familias monomarentales o incluso monoparentales que afrontan la crianza solas. También llegan al centro bastantes menores de otras nacionalidades en cuyas casas no pueden darles apoyo escolar.

¿Estas realidades se traducen de alguna forma en su manera de ser?

Son niños y niñas que desde muy pronto tienen que hacerse cargo de su propia situación, y eso les hace ser diferentes, especiales y, sobre todo, muy valientes. Al tener que madurar antes ganan capacidad de reflexión y cuando llegan a los 18 años ya son muy responsables.

¿Con qué actitud participan en las actividades?

Son muy conscientes de que hay listas de espera y, cuando por fin llegan al programa, lo consideran como una gran suerte; saben que tienen que aprovechar el tiempo que pasan en el centro de día. Por eso su actitud es de responsabilidad, tengan la edad que tengan. Ahora, como la educación les demanda tanto esfuerzo, a veces llegan con cansancio, pero en cuanto les llamas la atención sobre los deberes o sobre las normas del centro, enseguida se hacen cargo de por qué están allí.

¿Cómo ha afectado la pandemia al proceso que estaban siguiendo?

En cuanto terminó el confinamiento y se pudo volver a salir, la organización volvió a la actividad. Los protocolos se crearon enseguida, se reactivaron los programas y, aunque no se pudieron atender todas las situaciones que la pandemia agravó, se ayudó a más familias pese a que apenas podía haber contacto con ellas. Después de todo este tiempo, veo tristeza y apatía en los niños y niñas. Quizá últimamente puedan estar mejor al tomar algo de distancia de la pandemia y de todo lo que conlleva. Aunque se ha notado en su estado de ánimo, son supervivientes.

¿De dónde le viene el interés por dedicar su tiempo a trabajar con menores?

Yo no era mamá, pero me encantaba la infancia y tenía inquietud por pasar tiempo con niños y niñas. Además, era socia de Aldeas Infantiles SOS, el proyecto me gustaba mucho y quería conocerlo. Cuando voy al centro me encanta jugar, observar cómo son y dejarme contagiar por la manera que han vivido todo esto de la pandemia. A veces, como personas adultas nos agobiamos, pero si estamos con menores tratamos de disfrutar el momento. Eso es la infancia, la inocencia, las ganas de disfrutar la vida, la espontaneidad… y allí me dejo llevar y me transformo en una niña.

Cuando escucha el término “MENA”, ¿qué se le viene a la cabeza?

Pienso en cuánto desconocimiento hay sobre las situaciones reales que hay detrás de esta etiqueta, que se presta a muchos clichés. En cualquier caso, es alguien que tiene que salir de su país siendo menor, abandonar a su familia e ir a un lugar en el que no sabe qué suerte va a correr. Es una situación que no quiero desear a nadie en su infancia porque es el momento en que más protección deberíamos tener.

¿Las personas adultas estamos prestando a los niños y niñas la atención que necesitan?

Nunca lo hacemos, y ahora menos, incluso si pensamos en menores que nos pueda parecer que lo tienen todo. Cuando miramos las informaciones sobre salud mental en menores, los índices de suicidio infantil, de autolesiones… es una situación muy preocupante y creo que les estamos fallando.

¿Cuál diría que sería la principal demanda que nos transmiten y que no sabemos entender?

Lo podemos llamar como queramos, pero es clarísimo: es tiempo, cariño, amor, atención, cuidados… Todo el mundo lo necesitamos, pero en este caso es muy obvio. En la sociedad en la que vivimos, las familias no tienen tiempo ni energía para cubrir las necesidades de los niños y niñas. Por eso, lo que más nos piden son abrazos y contacto, mucho contacto.

Seguro que de todo este tiempo en el centro de día hay alguna anécdota que guarda con especial cariño.

Recuerdo los primeros días, cuando empecé el voluntariado con estos grupos de menores. Me sobrecogía la demanda de tanto cariño que me hacían, porque yo era una persona a la que no conocían de nada, pero me integraron en su grupo desde el primer día. Llegaba allí y era un abrazo, y otro y otro; eran abrazos de gratitud y confieso que algún día salí de allí llorando de emoción. Por eso, cuando me preguntaban por qué estaba allí si no cobraba nada, les respondía que yo lo cobro de otra manera, como si me pagaran tres veces mi salario.

Noticias recomendadas
Memory: 96.8984MB (18.93% of 512MB)