Por Efe González
Desde el desarrollo económico hasta el fomento cultural, desde la protección medioambiental hasta la promoción de la salud: la cooperación al desarrollo es mucho más que ayuda humanitaria. Más de 2.700 personas con pasaporte español se encuentran repartidas en casi 100 países para contribuir, con su trabajo, a proyectos tan dispares como realidades abordan. Junto a este cuerpo de cooperantes hay otra fuerza, la del voluntariado internacional, que también aporta su tiempo y su esfuerzo a estos mismos objetivos.
Es el caso de Javier Muñoz (Getafe, 1993). Él, al igual que el 41% de la fuerza cooperante española, se fijó en el África Subsahariana. Concretamente, en Zambia. Allí se trasladó como voluntario, en plena pandemia, para colaborar con el proyecto de educación para el desarrollo de la ong Kubuka. Cerca de medio año alejado de la realidad europea le sirvieron para volver con un buen puñado de aprendizajes en la mochila. Ahora, mientras se prepara para el que puede ser su próximo voluntariado internacional, recuerda aquellos meses en los que la prioridad fue la formación de menores procedentes de familias vulnerables.
Hacer voluntariado en cooperación internacional requiere una preparación muy sólida, ¿cuál es su trayectoria?
Estudié el Doble Grado de Sociología y Ciencias Políticas y después me especialicé en Cooperación Internacional con un Máster en Acción Solidaria Internacional y de Inclusión Social.
Su último voluntariado lo realizó en Zambia, ¿cómo llegó a participar en esta iniciativa?
A través del máster que realicé. Ofrecía prácticas voluntarias en terreno en distintos puntos del mundo mediante convenios de colaboración con ong; salieron plazas para el proyecto de formación de Kubuka en la ciudad de Livingstone, me presenté y me escogieron. Y allí estuve desde septiembre de 2020 hasta febrero de 2021.
¿Tuvo que realizar previamente alguna formación específica?
Antes de viajar tuvimos una formación presencial de dos días en la sede de Kubuka en Madrid, que abordaba tanto el contexto de la organización y lo que hace en Zambia y en Livingstone como otros temas más técnicos de proyectos y de la parte más teórica de la cooperación internacional.
¿En qué proyectos colaboró?
Participé en el proyecto educativo de la ong Kubuka en la ciudad de Livingstone. Por las mañanas hacía trabajo más bien de oficina dando apoyo técnico a las actividades del proyecto y ayudando al personal local en las necesidades que pudieran tener sobre ofimática. Por las tardes sí colaboraba en el proyecto en sí. Mediante la coordinación de personal local se daban clases de varias asignaturas a menores de entre 10 y 18 años que se seleccionaron en base a indicadores de vulnerabilidad como los ingresos que recibían sus hogares o el tamaño de sus familias. Eran menores que provenían de familias vulnerables de Mwandi, la zona con los barrios más pobres de la ciudad.
Sobre el terreno, la adaptación a las circunstancias tendrá que ser altísima, ¿cómo afectó el coronavirus a las actividades?
Bastante. Aunque en Zambia el coronavirus no estaba golpeando muy fuerte, sí había algunas restricciones, bastante discrecionales por parte del Gobierno, y por ello algunos cursos tuvieron que cerrar durante cierto tiempo, o cancelarse actividades de grupo. A nivel interno éramos tres personas haciendo voluntariado, dos nos contagiamos y durante un mes tuvimos que adaptar nuestras tareas para, por ejemplo, dejar más trabajo en contacto con la población para cuando nos recuperáramos.
La situación de un país como Zambia es totalmente desconocida para una sociedad como la nuestra, ¿qué le lleva a interesarse por realidades tan lejanas?
Siempre me ha gustado conocer cómo se vive en otras partes del planeta, sobre todo en sitios donde haya bastante diferencia con la cultura española para así entender mejor cómo funciona el mundo. Y, en este caso, también quería quitarme un poco los prejuicios. Cuando pensamos en África, tengo la percepción de que desde Europa solo concebimos pobreza, devastación o guerras. Pero Livingstone, por ejemplo, es una ciudad con todas las necesidades cubiertas. Aunque la sanidad no llegara al nivel de España, la atención era buena; las compras, el acceso a internet, la restauración… no hay tanta diferencia con lo que podemos tener en Europa.
¿Cómo valora la experiencia?
Cuanto más tiempo pasa, más la valoro. Desde un principio entendí que era una experiencia única, sobre todo a nivel personal. Puede parecer un cliché, pero lo que más notas ya al llegar es el agradecimiento de la gente por dedicar seis meses de tu vida a estar allí. Con lo que me quedaré siempre es con las personas que conocí y las experiencias que viví.
¿Le cambió de alguna manera?
Ver y conocer la realidad de Zambia me ayudó a ser más abierto de mente. Pude aprender de la gente de Zambia, y eso es muy importante, porque se trata de conseguir un intercambio de conocimientos al mismo nivel con las personas que viven allí, sin ningún tipo de paternalismos heredado desde Europa.
Siendo así, ¿se plantea hacer nuevos voluntariados dentro de la cooperación internacional?
Me gustaría, sí. El pasado diciembre estuve en Rumanía participando, a través de Solidaridad Sin Fronteras, en un proyecto europeo para combatir las fake news junto a otras organizaciones, y actualmente estoy en un proceso de selección para hacer un voluntariado en Colombia y trabajar allí con personas defensoras de Derechos Humanos.