Hombres y mujeres para los demás

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Pedro Miguel Lamet / Periodista y escritor

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias


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Imagen de Adn! en Flicrk

Cuando se habla genéricamente sobre la gente joven es frecuente caer en el tópico y la falsa generalización. “¡Hay que ver cómo están los jóvenes!” Se habla del fenómeno de la “Generación Ni-Ni”, que ni estudia ni trabaja. Pero con frecuencia se olvida otro fenómeno que también caracteriza a la juventud de hoy día y que podemos calificar de nuevo y admirable: el voluntariado.

El voluntariado, la acción voluntaria, es el resultado de una libre elección, es una opción ética, personal, gratuita, que no espera retribución o recompensa. La palabra exacta no es desinterés, porque la persona voluntaria tiene interés, mucho interés y obtiene satisfacción en sus motivaciones personales.

Los voluntarios se mueven por altruismo, que quiere decir amor al otro, y que es lo contrario de egoísmo. El voluntariado, la acción voluntaria, sólo existe cuando repercute en los otros, cuando su interés es colectivo, general, público. Viene a ser, en lúcida frase de Pedro Arrupe, la aparición de un hombre o una mujer “para los demás”. El voluntariado es un medio para dar respuesta a necesidades, problemas e intereses sociales, y no un fin en sí mismo para satisfacer a las personas voluntarias. La acción voluntaria supone un compromiso solidario para mejorar la vida colectiva.

Todo voluntario se revela no sólo en las buenas intenciones, sino en la acción. Una actividad que no debe llevarse a cabo como una práctica personal, individual, testimonial o íntima. Porque el objetivo del voluntariado es mejorar la realidad, transformar el mundo, y hacerlo eficazmente. Frente a la improvisación y la espontaneidad, el voluntariado requiere la capacidad de actuar organizadamente, uniendo fuerzas. Por tanto, la acción voluntaria debe de ser una acción organizada, sistemática, sinérgica, que requiere de organización, de asociaciones o fundaciones en las que actuar. Además el hecho de que sea una acción aconfesional, aunque también existen los que actúan en razón de su compromiso de fe, no excluye una axiología, un mundo de valores, una ética en los que basar esa actividad. Si no, es imposible.

En la multiplicación de ONG y de cooperantes en nuestro tiempo no todo es oro lo que reluce. Por desgracia, como en toda realidad humana, a veces se mezclan elementos espurios: la huida de la realidad, la falta de preparación y hasta la especulación económica. Por tanto, vale la pena reflexionar sobre el fenómeno y analizar su alcance. Es lo que pretendemos en este número.

En primer lugar hay que decir claramente que el voluntario no sustituye la transformación política necesaria. El mundo puede mejorar gracias a las ONG, pero no cambiará de veras sin un nuevo orden internacional, sin un cambio de las estructuras injustas. Aunque a veces su testimonio es una sirena de alerta y hasta una bofetada a los responsables de esa situación.

El voluntariado no puede sustituir tampoco al gabinete psiquiátrico. Aunque esta actividad, por lo general puntual y temporal -son pocos hoy los que se deciden a entregar su vida o quemar las naves-, puede ayudar en la realización personal, no está directamente destinada a la terapia. No puede ser, como antaño se decía de ciertos conventos, un refugio de desubicados y enfermos, sino un servicio, donde la piedra de toque está en los logros a favor de los cuales se trabaja.

Esta espléndida floración de gente que quiere arrimar el hombro está alcanzando notables proporciones. Ha llegado pues el momento de separar la paja del grano, de discernir con valentía y profesionalidad a dónde vamos. Decía la gran Concepción Arenal que “sustituir el amor propio por el amor a los demás es cambiar un tirano insufrible por un buen amigo”, y que “el dolor cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro”. De hecho esa experiencia ha cambiado la vida de muchos voluntarios.

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