POR TATIANA OJEDA BERMÚDEZ
Luisa es una de las voluntarias que colabora con Movimiento por La Paz en Cantabria. Ayuda a impartir cursos de castellano a personas refugiadas y a todo aquel que acuda a la ONG en busca de ese recurso. Dice que la docencia no le ha llegado de nuevas porque es lo que he hecho toda la vida. Está jubilada desde 2019 y siempre tuvo claro que cuando terminara su vida laboral se dedicaría al voluntariado. Durante la entrevista insiste en que cualquier persona puede aportar algo a la sociedad y que “es tan grande lo que recibes, que te compensa; tu das cinco y recibes 40”, nos cuenta.
Es voluntaria en Movimiento por La Paz desde hace año y medio, ¿Cómo se desarrollan los cursos de castellano?, ¿Cómo descubrió la ONG?
Ya conocía la ONG, pero me animé a colaborar como voluntaria después de jubilarme. Fue un proceso paulatino; empecé poquito a poco ayudando en tareas menores hasta que acabé yendo cuatros días a dar clase. Actualmente mi función es dar apoyo en el aprendizaje de castellano a todo el que lo necesite. Las profesoras me orientan, me dirigen, me envían materiales y yo refuerzo las clases y ayudo a los alumnos en todo lo que puedo. Normalmente son personas que están refugiadas en nuestro país y suelen acompañarnos durante 18 meses.
Además de en las clases de idioma, ¿Ha participado en alguna actividad más?
También hacemos acompañamiento para gestiones burocráticas. En mi caso solo lo hice una vez: acompañé a esta persona al ayuntamiento, al centro de salud… y ya de paso aprovechamos para practicar castellano. Incluso nos tomamos un café al terminar. La experiencia fue muy agradable porque sirve para practicar el idioma y enseñarle expresiones típicas de nuestro país y aspectos de nuestra cultura.
¿Cómo se planteó hacer voluntariado?
Tuve la inmensa suerte de trabajar en un centro en el que había una sensibilidad muy grande hacia todos estos temas. Había hasta un grupo de Derechos Humanos. Siempre dije que haría voluntariado cuando tuviese más tiempo, cuando me jubilase así que lo mío no fue un aterrizaje desde fuera, desde el desconocimiento. Poco a poco en mi trabajo me enfoqué en un alumnado más específico como por ejemplo en alumnos de etnia gitana y me vi inmersa en esa ayuda a colectivos específicos. Fue surgiendo esa necesidad personal de aportar algo más.
Ya llevamos prácticamente un año de pandemia, ¿Cómo se realizaron estos cursos e iniciativas durante los primeros meses?, ¿Ya han vuelto a la normalidad?
Durante la cuarentena los cursos se realizaron online. Por ejemplo, antes de la pandemia en la sede de Santander de Movimiento por La Paz había todos los miércoles un curso para mujeres árabes para hablar de temas de género, de libertad, de igualdad, justicia social… y tuvo que pasarse a modo telemático. Los alumnos se conectaban con los móviles y a las personas analfabetas se les pasó material en papel. A mí me dio mucha pena porque tener el contacto físico con estas personas es fundamental. Cuando falta el contacto ves cómo el desánimo, la incertidumbre, las malas noticias se magnifican.
En cuanto a la vuelta a las clases presenciales, sé de una alumna siria que está yendo a informática y han vuelto a empezar hace 20 días de forma presencial. El resto empezaron después del verano.
¿Cómo diría que han vivido estas personas la situación de pandemia?
Depende de cada familia. Las ONG intentan que estas personas creen vínculos entre ellos y con la propia ONG para que si llegan situaciones adversas puedan gestionarlas de otra manera. Son esos vínculos los que han ayudado a que ellos y ellas se apoyen mutuamente en una situación tan difícil como ha sido y está siendo la pandemia.
¿Cómo se gestionan estas situaciones?; ¿Hay personal que se dedica a ello?
Sí, el equipo de psicólogos de las ONG los prepara para todo lo que pueda llegar. Les inciden en que es una carrera de obstáculos que hay que ir superando poco a poco y que a veces no llegamos al puerto que buscamos. Les dan apoyo constante y las personas voluntarias, en la medida de lo posible, también.
¿Ha habido alguna anécdota del voluntariado que le haya marcado?, ¿Algún alumno o alumna en particular, un momento, una frase…?
No tengo una persona o un momento específico… es el día a día. Es como celebrar el día de los enamorados, o el día de la madre. El trabajo es poco a poco. A mí, por ejemplo, me impresiona que personas en una situación tan difícil tengan la capacidad de sonreírte todos los días y de darte las gracias con un cariño inmenso. Eso te lo encuentras a diario y te satisface de una forma tremenda.
Por lo tanto, ¿Cuáles son las mayores alegrías?, ¿Y las mayores tristezas?
Las mayores alegrías ocurren cuando uno de nuestros alumnos logra tener un nivel de castellano para poder acceder a un taller o a un pequeño trabajo. En contraposición, las mayores tristezas cuando en medio de la pandemia a muchos de ellos se les acababa el programa y terminaban en la calle. Desde la administración no se les pone nombres y apellidos ellos son un número.
Si ya es doloroso ver estas situaciones desde fuera…
Desde dentro es horroroso. Piensa que tú con ellos entablas una relación muy bonita. Para ellos eres un referente. Ten en cuenta que esas personas están solas, tienen miedo y cuando llegan aquí te necesitan para que les hables, les cuentes, les quites de la cabeza todas esas sombras y esos aspectos inherentes a esa condición de refugiados.
Con esta experiencia que nos cuenta, ¿Cómo definiría Justicia Social?
Te diría que es un término que engloba muchas cosas. Para mi está casi al mismo nivel que los Derechos Humanos. Hablar de justicia social es hablar de igualdad, respeto y solidaridad. Justicia social es que todas las personas tengan acceso a unas necesidades básicas como un techo, un plato de comida, una educación y una sanidad.
¿Qué le ha aportado de nuevo este voluntariado?
Ser voluntaria me ha aportado una satisfacción enorme. Se me pone la carne de gallina mientras te hablo. Estas personas te dan tanta fuerza… Te preguntas a diario: ¿Cómo va a poder sonreír esta mujer que no tiene nada? Una mujer que tiene a sus hijos a cargo y que no sabe qué va a hacer con su vida dentro de cuatro meses porque se le acaba el tiempo como refugiada. Te enseñan muchas cosas y te ayudan a relativizar esas situaciones adversas que las personas que vivimos en países del primer mundo tenemos cada día y que muchas veces son tonterías. Te ayudan a cambiar el sistema de tus valores y tus prioridades. En lo personal te cambia totalmente. Es muy bonito, pero también muy duro a veces.
¿Recomendaría hacer voluntariado?
Por supuesto. Cualquier persona puede aportar, sea cual sea la función que desempeñes en la sociedad puedes aportar. Es tan grande lo que recibes, que te compensa; tu das cinco y recibes 40. Yo animo a todo el mundo. Siempre he pensado que tengo una deuda con la sociedad porque he nacido en un país rico, he tenido una familia, unos valores y quiero que muchas personas vivan lo mismo. El voluntariado ayuda mucho a ese objetivo.
Esa satisfacción enorme que recibes no se puede explicar. Yo tengo 65 años y estoy viviendo cosas que nunca pensé que volvería a vivir. Hoy en día hay una pérdida progresiva de derechos, un individualismo, discursos destructivos y de odio constantes, así que participando en estas instituciones demostramos que estamos en contra de todos esos discursos terribles que estamos viviendo.