Voluntario social que respeta

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J. C. Gª Fajardo

SOLIDARIOS para el Desarrollo

Más que tolerancia, lo que se precisa para ejercer el voluntariado social en ambientes de marginalidad es un gran respeto por la vida, las opciones, las ideas o las actitudes de las personas. El respeto, más allá de la tolerancia, no “soporta al otro a pesar de…”, sino que aprecia en las diferencias de los otros una gran riqueza.

En el voluntariado social, el respeto se manifiesta primero hacia los compañeros voluntarios. Hay que asumir que el compañero que tengo al lado puede moverse por razones diferentes a las mías y saber que esta diferencia jamás será un obstáculo para llevar a buen término un programa de voluntariado.

Normalmente, el voluntariado social no pone sus energías en la consecución de unas metas cuantitativas. La mayoría de las veces, su trabajo es difícil de medir. El voluntariado social se convierte en una manera de hacer las cosas, una manera de construir una sociedad democrática y una escuela de valores éticos. Para el cumplimiento de estos objetivos es imprescindible el diálogo entre personas que no tienen miedo a sus diferencias y sí una gran convicción en su igualdad como seres humanos dignos.

Si es importante el respeto hacia los compañeros voluntarios, más importante aún es el que se ha de mostrar hacia las personas marginadas. No es raro encontrarse situaciones jurídicas de ilegalidad, opciones sexuales diferentes a las mayoritarias, diferencias de cultura y de costumbres. Es muy poco sano y menos eficaz para el servicio de voluntariado escandalizarse por todo esto.

Respetar y comprender no significa justificar todas las actitudes. Hay que matizar el respeto con una cierta firmeza y asertividad que no está reñida con el cariño. En un centro penitenciario, la labor del voluntario no consiste en juzgar el delito de los internos, pues la sociedad ya tiene sus cauces judiciales. Pero tampoco la cercanía y el cariño hacia ellos deben interpretarse como aliento para las conductas delictivas. Un preso tampoco vería con buenos ojos que se le admirara por delinquir, sea cual sea su situación; aunque tampoco entenderá que se le pidan explicaciones por el delito por el que ya cumple condena.

Por último, el voluntario debe respetarse y aceptarse a sí mismo, imprescindible para transmitir ánimo y autoestima a los demás, ya que nadie puede dar lo que no tiene. Es una reflexión que deben hacer las personas que, no aceptándose, pretenden “querer al prójimo como a sí mismos”. ¡Pobre prójimo!

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Voluntario social que respeta

J. C. Gª Fajardo, SOLIDARIOS para el Desarrollo

Más que tolerancia, lo que se precisa para ejercer el voluntariado en ambientes de marginalidad es un gran respeto por la vida, las opciones, las ideas o las actitudes de las personas. El respeto, más allá de la tolerancia, aprecia en las diferencias de los otros una gran riqueza.

El respeto se manifiesta, en primer lugar, hacia los compañeros voluntarios. Hay que asumir que el compañero que tengo al lado puede moverse por razones diferentes a las mías y saber que esta diferencia jamás será un obstáculo para llevar a buen término un programa de voluntariado. Normalmente, el voluntario social no pone sus energías en la consecución de unas metas cuantitativas. De hecho, el voluntariado se convierte en una manera de hacer las cosas, una manera de construir una sociedad democrática y una escuela de valores éticos. Para el cumplimiento de estos objetivos es imprescindible el diálogo entre personas que no tienen miedo a sus diferencias y sí una gran convicción en su igualdad como seres humanos dignos.

Si el respeto es importante hacia los compañeros voluntarios, más importante aún es el que se ha de mostrar hacia las personas marginadas. No es raro encontrarse situaciones jurídicas de ilegalidad, opciones sexuales diferentes a las mayoritarias, situaciones marginales, diferencias de cultura y de costumbres, etc. Es muy poco sano y menos eficaz para el servicio de voluntariado escandalizarse por todo esto.

Respetar y comprender no significa justificar todas las actitudes; hay que matizar el respeto con una cierta firmeza y asertividad que requieren muchos programas y que no está reñida con el cariño. En un centro penitenciario, por ejemplo, la labor del voluntario no es juzgar el delito de los internos, para eso ya la sociedad tiene sus cauces judiciales. Pero tampoco la cercanía y el cariño hacia ellos deben interpretarse como aliento para las conductas delictivas. Un preso tampoco vería con buenos ojos que se le admirara por delinquir, fuera cual fuera su situación; aunque tampoco entenderá que se le pidan explicaciones por el delito por el que ya cumple condena.

Por último, el voluntario debe respetarse y aceptarse él mismo. La aceptación propia es imprescindible para transmitir ánimo y autoestima a los demás, ya que nadie puede dar lo que no tiene. Es una reflexión que deben hacer las personas que, no aceptándose, pretenden “querer al prójimo como a sí mismos”. ¡Pobre prójimo!

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