“No queremos alas rotas ni corazones tristes”

 En Opinión, PVE
Miren Zaitegui Urmeneta, periodista

El Día del Orgullo está asociado siempre con la aceptación propia y ajena, la alegría, el desprejuicio, soltar amarras, desasirse de complejos, permitirse la diferencia como un síntoma positivo que impulsa lo mejor de lo que la humanidad está hecha. El orgullo como confirmación de lo que somos para que quienes nos miren sientan también la tentación de ser auténticos. Que respetemos la pluma, el plumón y lo que se tercie para que no tengamos que limitarnos con los esquemas que abundan, empujan y evitan el maravilloso material personal del que gozamos.

En el fondo el Día del Orgullo es también el del respeto que hombres y mujeres nos merecemos siempre, tengamos las preferencias que tengamos. Que no nos ciñan las creencias de los demás, que cada cual elija los peros, las limitaciones sin que sintamos la tentación de imponer nada a nadie. Vivir la libertad personal como un atributo que nos merecemos y del que cada uno seamos conscientes y responsables.

Hay excesiva tendencia -y cada vez la notamos más- a que determinadas personas se sientan con derecho a decidir sobre lo que compete a los derechos más básicos de libertad de decisión, de capacidad de ir por el camino que sentimos. Una sociedad no puede ir por la dirección de la doctrina, del establecimiento de lo que es o no bueno, recomendable o aparente. Lo que queremos debe ir por el respeto a lo que somos y de quienes tenemos al lado sin que nada ni nadie se sienta por ello incriminado.

Nuestra personalidad, nuestra conciencia, el respeto que nos debemos a nosotros mismos pasa por el mirarnos, querernos, por la consideración que debemos a nuestra propia libertad.

El ‘orgullo’ es, además de una necesidad personal, una conciencia que pugna por hacerse respetar y, ante todo, un impulso a saber lo que queremos y cómo lo queremos. Sin trabas, sin imposiciones y atendiendo siempre a lo esencial, a aquello que no violenta a nuestra esencia más humana.

No podemos permitir que las imposiciones que derivan en la falta de conciencia de lo que somos nos lleven a una sociedad que imponga, que salte por encima de aquello que nos define y nos hace únicos. Siempre es necesario apelar a que se amplíe la libertad porque en ese terreno podremos desenvolvernos en aquello que más nos incumbe, en lo que nos permite desarrollar lo que somos y el medio social más adecuado para poder crecer sin quedarnos con las alas rotas y los corazones tristes.

 

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