CRISTINA FALLARÁS, PERIODISTA Y ESCRITORA
El 25N celebramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. La conocemos bien. Todas y todos la conocemos perfectamente. Hace ya tres años y medio, en abril de 2018, puse en marcha el movimiento #Cuéntalo, en el que participaron 3 millones de mujeres solo en los primeros 10 días. A estas alturas, resulta ya imposible contar los millones de mujeres que han participado y participan.
Este hashtag, y sobre todo el #MeToo, han construido una memoria colectiva de la violencia que hemos sufrido las mujeres, todas las mujeres. Bajo dichas etiquetas, millones y millones hemos narrado minuciosamente las agresiones padecidas, una a una, con nuestras propias voces y, en general, sin esconder nuestras identidades. Es una memoria colectiva que no existía, que nos habían robado los medios de comunicación. Sencillamente, no se había hablado de ello, y por eso supuso una revolución y sacudió al mundo, que sintió un escalofrío de espanto.
¿De dónde venía ese espanto? Debemos suponer que de que ignoraban todo aquello que narramos, que no eran conscientes de su envergadura. Démoslo por bueno, aunque dudo que no supieran que la violencia contra nosotras es universal, cotidiana, institucional. Pero insisto, démoslo por bueno, y al hacerlo, al admitir tal supuesto, el espanto se hace todavía mayor.
Si ya nadie puede alegar ignorancia, ¿podemos nosotras afirmar que algo ha cambiado en la violencia que padecemos? Se podría decir que no, que la violencia es la misma, que no ha pasado nada. Siendo cierto esto último, es la misma, sí ha cambiado algo y no precisamente para bien: Se ha hecho evidente que, aunque conozcan nuestras agresiones, los hombres, su abrumadora mayoría, no han movido un dedo por intervenir en ella. Qué horror. No se conoce un ejemplo similar. Cuando la población sabe de las agresiones racistas de la policía, sale a la calle, hombres y mujeres, todos a una. Cuando la extrema derecha perpetra un ataque, salen a la calle hombres y mujeres. Cuando conocemos un asesinato por razones de identidad sexual, homófobo, lo mismo, hombres y mujeres. ¿Qué pasa cuando se trata de violencia machista? Que la movilización parece cosa solo de nosotras.
Mi desánimo es enorme. Quizás nuestras narraciones, además del silencio institucional, han evidenciado que todas hemos sufrido violencia machista y que ellos han callado, pese a conocerla. ¿Qué hombre no sabe de los abusos a una mujer, a una mujer cercana? ¿Qué hombre no sabe de palizas, humillaciones, violencia psicológica o agresiones físicas? Probablemente a todos les queda cerca alguna de ellas. Sin embargo, aunque no fuera así, ahora los medios de comunicación sí informan, después de que tengamos que haber sido nosotras las que demos el primer paso. ¿Entonces? Entonces, han quedado en cueros, y eso están tardando demasiado en digerirlo.
Empiezo a temer, no obstante, una certeza muchísimo peor, brutal, espantosa: Ningún colectivo o individuo renuncia a sus privilegios, y la violencia machista se basa en los privilegios masculinos. Quiero no prestar atención a esta idea que me ronda cada vez con mayor insistencia, alejarla de mí, borrarla. No puedo.
Este 25N volveremos a marchar solas, acompañadas solo por un puñado de hombres que ni siquiera se han molestado en organizar sus propias protestas.
Las opiniones vertidas en los artículos de opinión de El Periódico del Voluntariado corresponden a los autores y autoras de los textos.