‘India, cuando solo el horror nos hace reaccionar’

 En Opinión, PVE
Nicolás Castellano, periodista

Todas las vías de colaboración y las campañas de las ONG más importantes llaman estos días a colaborar en la terrible emergencia sanitaria que está costando miles de vidas en India. La onda expansiva de la pandemia no solo está matando, sino que en muchos lugares que creemos lejanos está acabando con las perspectivas de supervivencia y de futuro a corto plazo.

Ensimismada por las tendencias virales en redes sociales o por la enésima polémica política, parte de la sociedad española vive narcotizada ante el drama que le es aparentemente ajeno. Solo interesa que se vacune o que no muera tanta gente aquí, como si creyera que el tsunami mortal y devastador que recorre el planeta no fuera cosa suya.

El ejemplo de estos últimos días es el indio, desde donde nos han tenido que llegar las imágenes y testimonios más impactantes de esta última ola de la Covid19 para tomar conciencia de que este planeta no puede seguir rigiéndose por las leyes de las ciudades amuralladas de la edad media. Nada podrán hacer España o Europa aisladas para acabar con esta pandemia: o se afronta una solución global o no habrá fin ni para esta ni para las próximas emergencias humanitarias.
Frente a ello, resulta de nuevo inspiradora la labor incansable de la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur (sur de India), donde desde finales de los 60 han contribuido al desarrollo de más de tres millones de personas en un proyecto que está transformando las vidas de miles de familias. Su red de hospitales se está enfrentando a “este tsunami de coronavirus”, como lo ha definido la propia Ana Ferrer. Desde España, además del compromiso de sus socios, han recibido el espaldarazo de Open Arms con envíos de material imprescindible para hacer frente al aumento de casos.
Unicef está alertando además de la situación de la infancia en un país donde la mitad de los menores de cinco años sufre desnutrición. Solo en ese país hay más niños desnutridos que en toda África.

La batalla por las patentes de las vacunas es otra de las muestras de esta desconexión egoísta. Mientras aquí se celebra cada récord de pinchazos diarios de vacunas, casi nadie quiere mirar al sur, donde al ritmo actual tardarán muchos años en estar inmunizados. De nuevo los dos planetas, el de los que tienen medios para afrontar las emergencias y el del resto, la gran mayoría de los habitantes que seguirán sufriendo la desigualdad mientras los ciudadanos que podemos hacer algo para pedir justicia social sigamos con los brazos cruzados.

La COVID 19 ha puesto en evidencia que el mayor problema de este mundo en el que nos empeñamos en seguir levantando muros es la desigualdad. Existen evidentes desigualdades entre EE. UU. y Europa y India o Brasil; pero también internas. En España, seis millones de personas se encuentran en el borde del abismo de la pobreza, las colas del hambre han sacado a relucir la precariedad de nuestro modelo económico, y ni si quiera en estos casos parte de esa sociedad desconectada de la realidad en la que vive toma conciencia. Hay que volver a dar con los mecanismos que nos hagan reaccionar ante la necesidad cercana pero también ante aquella que, aunque esté a miles de kilómetros también nos compete, porque también es la nuestra.

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