Emilio Caro, voluntario en la Asociación de salud Mental Semillas de Futuro

“El voluntariado en salud mental me ha enseñado a ver el mundo de otra forma”

La crisis del COVID19 no ha sido igual para todas las personas. Quienes padecen enfermedades mentales han sufrido más el confinamiento y sus consecuencias. La soledad, el aislamiento social y la paralización de sus hábitos cotidianos han supuesto un retroceso en sus terapias. Este aspecto han podido percibirlo de cerca las personas voluntarias que colaboran con esta causa.

 En Entrevistas, PVE
TATIANA OJEDA BERMÚDEZ

Es el ejemplo de Emilio, un aficionado a las manualidades que ha convertido su pasión por la cerámica en una nueva rutina. Imparte un taller tres veces por semana en la Asociación de Salud Mental Semillas de Futuro, en Córdoba. Siempre está dispuesto a ayudar en cualquier tarea y deseando dedicar más tiempo a las personas que acuden al aula.

Residente en Montoro (Córdoba), este artista del barro nos comenta durante la entrevista que las horas en el taller no sólo sirven de terapia para su alumnado, si no que a él también le han cambiado la vida. Asegura que ahora es mucho más feliz. Sus alumnos y alumnas se han convertido en amistades y afirma que el voluntariado es una parte fundamental de su vida, que le costaría mucho dejar de hacerlo. Tal es la implicación de Emilio con la Asociación que el año pasado le entregaron una placa de reconocimiento por su labor.

Emilio, ¿Cómo surgió formar parte de Semillas del Futuro?

Tuve que irme del pueblo después de una época un poco dura de mi vida. Volví a Montoro después de más de 10 años fuera del pueblo. Ya conocía al personal de la asociación y, como es habitual, me comentaron que había escasez de personal voluntario, así que acepté impartir uno de los talleres. Ahora puedo decir que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida.

Impartes lecciones de cerámica a personas con enfermedad mental, ¿Cómo es esa experiencia?

Sí, en general son personas con esquizofrenia, y con limitaciones. No imparto lecciones ni pretendo enseñar conocimientos de cerámica, simplemente es práctica. Es un taller lúdico. Si le encontramos una utilidad lo que hemos fabricado pues bien y, si no, he contribuido a que pasen una mañana divertida tres días a la semana.

¿Qué es lo más positivo que te aportan esas horas que pasas con tu alumnado?

Lo más positivo es que con el tiempo vas intimando, cogiendo confianza, tanto por su parte como por la mía. Yo me considero amigo de las personas del taller y creo que ellas de mí también. Poco a poco vas conociendo sus inquietudes, sus necesidades, sus problemas y sus días malos. Se comparte mucho más que una mañana haciendo cosas de barro.

Pero no todo el mundo se cree capaz de realizar este tipo de voluntariado…

Hay muchos prejuicios. Otras discapacidades son más fáciles de comprender y, en cambio, con una persona que sufre alguna enfermedad que descontrola sus actos es mucho más difícil de tratar. Es más complicado implicarse porque necesitas más tiempo, una actitud más comprensiva y una sensibilidad mayor. Tratar de comprender su mundo. Requiere más esfuerzo, pero merece la pena.

¿Dirías que has sentido miedo en algún momento? Porque hay muchos estigmas aún con la enfermedad mental

No, nunca. Si se produce cualquier situación, simplemente hay que saber gestionarlo con paciencia y comprensión. Hay que entender que estas personas no son conscientes de sus actos, pero no son violentas. Es poner las cosas sobre una balanza y saber anteponer todo lo bueno que te aportan frente a los momentos duros, que son prácticamente inexistentes.

Comentas que es un proceso más costoso de lo habitual, ¿Cuáles son los aspectos positivos con los que te quedas de esta experiencia?

Todos. Yo personalmente me he vuelto una persona mucho más paciente. Recuerdo mis inicios en el voluntariado y, de aquel día hasta hoy, me han enseñado a ver el mundo de otra forma. Me han enseñado a ser más tolerante a cualquier nivel, tanto en lo personal como en lo profesional. Te enseñan a ser feliz con pequeñas cositas y a no sufrir tanto por las contrariedades de la vida cotidiana. Eso es algo que vas asumiendo y lo vas incorporando a tu experiencia vital. Me hacen disfrutar el día a día, a relativizar más los problemas personales. Desde que imparto este taller me siento mucho más feliz y mucho más comprensivo.

Está siendo un año especialmente difícil, ¿Cómo abordas impartir el taller con las dificultades que acarrea la pandemia?

La verdad es que en el taller al principio resultaba complicado mantener todas las normas, pero poquito a poco se va a haciendo. El aula donde trabajamos es amplia, así que llevamos mascarilla, usamos gel hidroalcohólico al entrar y tenemos la posibilidad de ponernos más separados.

Durante el confinamiento, ¿Mantuviste el contacto con las personas con las que colaboras?

Sí, contacté por WhatsApp o por teléfono con ellos o con las familias, depende del caso. Tenemos un trato normal como con cualquier otra persona. Ten en cuenta que estas personas no han pasado el confinamiento igual que el resto. Son personas para las que un pequeño paseo significa muchísimo. Tienen menos recursos a la hora de estar confinados y esto les puede afectar más a la vida diaria. El confinamiento de forma general ha generado angustias, ansiedad, pues más aún a personas con alguna patología mental.

También han tenido que paralizar sus rutinas durante unos meses y ha sido duro, ¿Has notado un cambio en su actitud o en su estado anímico cuando ha reabierto el taller?

Hay personas a las que les ha costado mucho volver a recuperar la normalidad, porque efectivamente les ha afectado notablemente ese aislamiento. Yo he podido percibir que algunos han tenido dificultades para volver a sentirse integrados, y me ha costado volver a verles la sonrisa. La pandemia les ha obligado a replantearse un mundo que ya de por sí les limitaba. Piensa que para estas personas estas actividades son parte de su terapia, y romper esa rutina les ha afectado bastante. Además, muchos de ellos no entienden qué pasa y sufren más la soledad. Si les privas de esas pequeñas cosas como los paseos, que les mantienen con una cierta alegría de vivir, sufren más los síntomas de la enfermedad.

Con la pandemia, ¿Dirías que ha aumentado la demanda de voluntariado?, ¿hacen falta más?

Si, de hecho, en la Asociación de Salud Mental Semillas de Futuro (de la Confederación Salud Mental España) como voluntario fijo solo estoy yo. Aunque van pasando personas de prácticas y demás tareas muy aptas para este trabajo, siempre hay escasez de personal. Afortunadamente podemos repartirnos las actividades e impartir no solo el taller de cerámica, si no muchos más talleres. Por ejemplo, hace pocos días fuimos a hacer senderismo y estamos intentando tener un horno propio en la asociación. Así no tengo que transportar las piezas al horno de cerámica que tengo en mi casa. Siempre hace falta más gente para colaborar.

Bajo tu experiencia personal y con todo lo que nos has contado durante la entrevista, ¿Qué le dirías a una persona que se está planteando hacer un voluntariado con personas con enfermedad mental?

Le diría que merece la pena con creces. Se trata de comprender otro mundo que es parte de nosotros. Es cierto que hay que dedicarle un tiempo que a veces cuesta sacar y, como te he dicho anteriormente, aprender a ser un poquito más comprensivo, más tolerante. Pero no es imprescindible tener una experiencia vital relacionada con las enfermedades mentales para empatizar con ellos. Simplemente hay que tener ciertas capacidades personales y ganas de ayudar.

Sinceramente, yo llego feliz a casa muchos días porque he conseguido sacarle una sonrisa a una persona a la que le cuesta mucho sonreír. Una persona que está cargando con unos niveles de angustia diarios tremendos y, con mi taller, he conseguido que se desinhiba un ratito. La sensación de ver que está disfrutando con las manualidades y sintiéndose bien en ese momento es un logro personal que me hace sentir muy satisfecho con mi labor. Es una sensación inexplicable.

 

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