El tercer sector, un espacio apropiado para eufemizar las relaciones de explotación

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Se ha procedido a caracterizar primordialmente al tercer sector español (pese a su creciente peso económico y volumen de contratación) como un núcleo de precarización del trabajo, e incluso, como resultado de la creciente profesionalización funcional del voluntariado, de sustitución de puestos de trabajo asalariado por trabajo voluntario —a nivel micro—.

Podríamos afirmar —aplicando y ampliando el diagnóstico de Bourdieu sobre las instituciones religiosas, en tanto en cuanto atravesadas por la lógica del voluntariado— que, en el tercer sector, «la explotación está enmascarada» (Bourdieu, 1997: 191), configurándose en definitiva dicho sector como un espacio extremadamente apropiado «para eufemizar las relaciones sociales, incluidas las relaciones de explotación» (ibídem).

De tal sombría caracterización, no se desprende la necesidad de profesionalizar totalmente el sector, sino por el contrario, la urgencia de potenciar su perfil asociativo (sin que ello suponga la «erradicación» de la figura del profesional asalariado). La profesionalización total de los procesos de participación social es absurda por definición y lógicamente imposible (no hay lugar para la participación social remunerada).

Cualquier aproximación a un modelo asociativo estrictamente profesional lo disuelve, y en el límite, entrañaría un severo riesgo de desestructuración social. Hemos tratado pues, de romper la idealización que atribuye unívocamente —superficialmente— al tercer sector y al voluntariado un función «virtuosa» en su incidencia con respecto al mercado de trabajo.

Valorando su potencial social, el «sector voluntario» puede mostrarse especialmente dinámico en la constitución y promoción de nuevas iniciativas sociales, pero difícilmente puede constituirse por si sólo (a partir de sus propias inercias) como un polo de creación de empleo —desde una perspectiva macroeconómica—, por una simple razón: en general su actividad no genera el capital necesario para contratar (a no ser que «acuda» al mercado a vender, a las convocatorias de subvención, o a las empresas a solicitar patrocinio, lo que disuelve su perfil), sino déficits financieros.

Por ello, en el caso español el crecimiento del volumen de empleo asalariado en las organizaciones voluntarias (véase la evolución en: Rodríguez y Monserrat 1996; Ruiz Olabuénaga, 2000; Fundación Tomillo 2000), tiene que ver en su mayor parte, con un proceso de derivación de nuevos servicios y «subcontratación» de alguno de los existentes, fomentada por las distintas administraciones.

Tal estrategia pública produce indefectiblemente —como hemos expuesto— una enorme presión hacia la precarización profesional, y por supuesto, una cierta tensión hacia la utilización de fuerza de trabajo voluntaria en puestos habitualmente «salarizados» . Es por ello, que debemos poner entre comillas el crecimiento del empleo en este sector. Sin lugar a duda habrá cada vez más asalariados en el tercer sector español, cada vez más formados, pero sobre todo, cada vez más precarizados.

Estamos ante un proceso de degradación de las condiciones laborales de los profesionales sociales frente a sus homólogos tecnológicos (ante la dificultad de acceder a contratos indefinidos, debido a la generalidad de bajos salarios, etc.).

“El voluntariado como estrategia de inserción laboral en un marco de crisis del mercado de trabajo: dinámicas de precarización en el tercer sector español”,  Angel Zurdo Alaguero

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