‘Su futuro, ay, nuestra responsabilidad’

 En Opinión, PVE
Cristina Fallarás, periodista y escritora

Hubo un tiempo, allá por 2010, en el que me pregunté cómo crecerían aquellas niñas, aquellos niños que veían a sus madres y padres llorar de rabia, dar puñetazos contra la pared por no tener cómo llevar comida a casa. Sucedía a menudo, yo lo viví. En los colegios las madres intercambiábamos ropas y zapatos, se hablaba de la deficiente alimentación de más de dos millones de criaturas en España, los informativos y los poderes públicos prestaban atención.

Aquella fue la primera crisis, y hace poco más de una década. Esta que vivimos ahora es la segunda. Estamos acorazando nuestra brutalidad con asuntos de –por supuesto– imprescindibles vacunas, el “derrumbe de la restauración”, la ilegalidad de fiestas privadas y movimientos públicos… Estamos acorazando, en fin, nuestra brutalidad.

Ahora son jóvenes quienes protagonizaron una infancia sin lo necesario, y todavía no sé, no sabemos, cómo crecieron viendo la desesperación de quienes debían protegerles sin más armas que una sonrisa impostada y fingir, lo juro, que las lágrimas eran algún tipo de alergia. A esa ignorancia, a esa impotencia por falta de datos, estudios y atenciones, se me suma hoy, 19 de abril de 2021, un temor de futuro sin límites concretos. Pero no soy yo quien importa, ni este silencio general hecho temblor, sino ellas y ellos.

Quienes en 2010 tenían entre 5 y 14 años, hoy cumplen entre 15 y 25. Me refiero a los hijos e hijas de los millones de familias a las que dos crisis han privado de ser lo que se supone que son las familias en esta sociedad. Millones. Insisto: millones. ¿Cómo viven? ¿Qué comen? ¿Estudian? ¿Qué estudian? ¿Qué piensan de eso que llamamos “el futuro”? ¿Qué quieren ser “de mayores”? ¿Qué creen que significa “ser mayores”? Es más, ¿Qué creen que significa “ser”?

Viven en esta sociedad más de dos millones, casi tres, de jóvenes que no han conocido otra cosa que algo denominado “crisis”. La mayoría de ellos y ellas no conoce la seguridad de un techo, la estabilidad que proporciona el salario de una madre o un padre, una educación pública con la entidad de un referente.

Ahora ya nadie parece ocuparse de ellos, de ellas. Han crecido y tienen sus propias ideas, es suyo el futuro, el tiempo les pertenece. Pero ¿y nosotras, nosotros?

Cuando empecé a tener hijos, decidí que su educación no consistiría en una serie de normas de comportamiento, de órdenes, de tradiciones. Opté por el ejemplo. Pensé que toda generación aprende de quienes le preceden, que resulta inútil enseñarles un modo de vida, unas reglas sociales e imponérselas. Toda imposición recibe y merece su respuesta.

Hubo un tiempo, allá por 2010, en el que me pregunté cómo crecerían aquellas niñas, aquellos niños que veían a sus madres y padres llorar de rabia, dar puñetazos contra la pared por no tener cómo llevar comida a casa. Hoy siento que ya han crecido demasiado como para entenderles. Como para entendernos. Como para entenderme.

Su futuro, ay, nuestra responsabilidad.

 

Las opiniones vertidas en los artículos de opinión de El Periódico del Voluntariado corresponden a los autores y autoras de los textos.

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