Asociacionismo y participación juvenil en España (II)

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Generación “ni-ni”

El mes pasado publicamos la primera parte del artículo Asociacionismo y Participación Juvenil en España (I). En él se analizaban los datos concluyentes del “Sondeo de opinión y situación de la gente joven” realizado por el INJUVE con datos de 2007.

Al hilo de ese primer artículo, nos gustaría profundizar un poco en el tema de la juventud, la participación social y el voluntariado, y la educación como condimento transversal necesario.

Hace unos días se publicaban en la prensa varios artículos (El País, Público) que hacían referencia a la realidad que vive la juventud a día de hoy en España  y los nuevos fenómenos sociales que surgen en tiempos de crisis. Debido, por una parte al afán de etiquetar e identificar nuevos mecanismos y por otra a la necesidad de simplificar una realidad demasiado compleja, junto con la necesidad de hacer atractiva la información, esta nueva juventud ya tiene un nombre, la “generación ni-ni”: ni estudia, ni trabaja.

Si queremos entender  lo que está ocurriendo, habría que empezar por el principio.
Porque, ¿qué características definen conceptualmente a la juventud? ¿Existe una noción real de la juventud?

Desde un punto de vista sociológico, el término juventud debería ser entendido como un concepto amplio que define un hecho social y sociológico. Sin embargo, habitualmente la juventud viene definida única y exclusivamente por un  hecho generacional, demográfico: el intervalo de años entre los que se ha establecido que una persona es joven. Es un  intervalo de edad sujeto a variaciones en relación a los años considerados, sin atender a que es una categoría social, construida, y que varía en función de variables históricas, culturales, territoriales y políticas.

El Instituto de la Juventud, para sus Informes sobre la Juventud en España, utiliza el rango de edad de 15 a 29 años. Para  las Naciones Unidas, la juventud va desde los 15 a los 25 años. Existe incluso un Día Internacional de la Juventud,  que es el 12 de agosto.

Es decir, parece que existe un interés real por las personas consideradas jóvenes. La cuestión es si ese interés está bien focalizado, y  si se es capaz de solucionar los problemas que tiene la juventud.
Si el hecho de que la juventud actual se desarrolla en un entorno cambiante, desestructurado y fragmentado es una asunción, y se realizan investigaciones que van en la línea de validar estas hipótesis, también se debería llegar a una conceptualización del objeto “juventud”, de forma que fuera un producto teórico de una ciencia, de una sociología de la juventud. Como decía Bourdeau1, la ciencia no se construye con un objeto real, sino con un objeto construido. El término juventud usado habitualmente, en los medios de comunicación, en la sociedad, es un término asumido comúnmente, usado de mil maneras y en contextos muy diferentes, con mil significados,  que incluyen  todo y nada a la vez. Es un término vacío, vago  y que no está “construido”, por lo que pierde precisión.

Si la sociedad en general tiene algo que decir en relación al problema de la juventud actual, sería interesante comenzar desde el principio, sentando las bases de un conocimiento riguroso que ayude a interpretar la problemática que afecta a los y las jóvenes y que aporte las soluciones adecuadas.

En este sentido, las ciencias sociales tienen el mayor desafío posible: fundamentar, interpretar, explicar, dar soporte, etc. a teorías y acciones que hagan que  los fenómenos sociales, en este caso relativos a las personas jóvenes, sean lo más accesibles  posible y den cobertura a soluciones integrales, efectivas y reales.

Educación como eje vertebrador y transversal

¿Cómo afecta la educación, tanto formal como informal, y el proceso formativo (entendido actualmente y en las sociedades postmodernas, como hecho continuo a lo largo de la vida) en la conformación de la conciencia de las y los jóvenes y en el germen de la necesidad de compromiso y la asociación vinculada a él?

Fuente: Observatorio Voluntariado
Fuente: Observatorio Voluntariado

Si hasta hace poco, la educación formal significaba por si sola una garantía para poder aspirar a una posición dentro de la sociedad, si el tener o no estudios dotaba al individuo de una identidad social que incluía la pertenencia a un grupo, con todo lo que ello implica, en relación a asimilación de roles, de valores, de presupuestos éticos, etc. Si eso era lo que ocurría antes, ahora estamos en un momento en el que la educación formal no garantiza nada. Las y los jóvenes ven cómo el finalizar unos estudios universitarios no es sinónimo de acceso a un empleo bien remunerado. La educación formal pierde valor en el sentido de que deja de cumplir la función que viene desempeñando durante años, la función que por consenso se le ha asignado y que la experiencia siempre ha confirmado.

Por lo tanto se produce una ruptura en el seno de la juventud. La realidad hace patente que el esfuerzo, y el sacrificio que implican la educación formal no recompensan en el futuro a la persona, por lo que muchos de estos jóvenes dejan de luchar por un futuro, y se convierten en hedonistas nihilistas. Buscan la satisfacción inmediata, están inmersos en la cultura del consumo y en la del “usar y tirar”. Sería lo que Bauman2 llamó la “modernidad líquida”. Una sociedad, la nuestra, caracterizada como un  “tiempo líquido”, con estructuras y modelos volátiles, que no perduran;  en contraposición a la sociedad “solida”, estable y duradera, que existía antes.

En este contexto, se produce una inestabilidad social y psicológica donde los referentes a los que las personas nos agarramos para sobrevivir han desaparecido. Este modelo crea una ciudadanía preparada para un sistema individualista, en el que los compromisos no duran más de lo preciso, en el que el esfuerzo y el interés no van de la mano, sino todo lo contrario, interesa más si requiere menos esfuerzo, y más aún si el beneficio a corto plazo es mayor. Se vive en una sociedad que consume, disfruta, usa y tira. La frustración que generaría la ruptura de relaciones, la dependencia a determinados sentimientos, se disipa siendo flexible, sin demasiados apegos afectivos a nada.

¿Cómo revertir esta situación?

En este contexto vive y crece una generación de personas jóvenes. ¿Qué se puede hacer? Por supuesto, este resultado es consecuencia de múltiples factores e interrelaciones a escala mundial, por lo que la solución real es responsabilidad de organismos internacionales y estados, y de la sociedad en general. Se debería dejar de pensar que la solución a todos nuestros problemas debe venir de una instancia superior y empezar a trabajar con un mecanismo mental en el  que nosotros y nosotras  seamos los responsables y los moldeadores de nuestro futuro.

Sería de vital importancia enseñar eso a nuestros jóvenes. Para que aprendan a construir su propia realidad y a sobrellevar la frustración, que aprendan a comprometerse, a implicarse afectivamente en las cuestiones sociales, a valorar los éxitos, a participar, en el sentido más extenso del término.

Es el momento en el que la diferenciación debe estar en la educación informal. En la adquisición de herramientas, valores y actitudes que permitan a la persona joven permanecer en el mundo real, siendo conscientes de su posición en él y de su responsabilidad también para con él. Porque los y las  jóvenes que ni estudian ni trabajan,  probablemente tampoco participan socialmente. Y una sociedad en la que sus jóvenes no participan (siendo ellos  y ellas el futuro), es una sociedad abocada al fracaso.

Si la sociedad actual consiguiera esto, seguramente otro paradigma teórico serviría para definirnos, y entonces, sería otra historia.

1. Pierre Bourdeau, El oficio de sociólogo. Editorial Siglo XXI, Madrid, 2001.
2. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Editorial fondo de Cultura, 2000.

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